Como esos personajes de ciencia ficción que describe en sus canciones, Walas tiene virtudes extraordinarias. Es camaleónico en sus performances y habita dos mundos distintos al mismo tiempo: el underground y el mainstream, que tardó más de 20 años en reconocerlo. Su capacidad de doblegarse vuelve a salir a escena –¡nunca mejor dicho!-, ya que apunta a dos frentes: el flamante lanzamiento de Nueve, el nuevo disco de Massacre, y su debut como actor en El Principito, el musical.
“Fue una de las semanas más intensas de mi vida”, explica en diálogo con La Viola. Sin embargo, pese al cansancio, se siente pleno. La crítica coincidió en que los nuevos monstruos, traumas y compulsiones que presentan sus últimas canciones llegaron para quedarse en su rico repertorio. Además, la actuación fue un salto al vacío más que gratificante y no oculta su felicidad cuando repasa los elogios que recibió de figuras como Jairo, León Gieco, Aníbal Pachano y Pedro Saborido.
En la adaptación de la novela corta de Antoine de Saint-Exupéry, que encabeza Juan Carlos Baglietto, Walas interpreta a El Rey. Aunque el espectador no sepa que está ante un héroe de la contracultura local, el bagaje del artista se transmite apenas empieza a cantar. “¡Exijo disciplina, impongo la ley!”, grita y su voz abre un portal para que muchos chicos experimenten por primera vez esa atracción hacia el rock -claro que, si aceptan cruzar, va a ser un camino de ida-.
La reina de marte invade la calle Corrientes
El resto del año va a ser aún más intenso para Walas. Tiene una larga lista de compromisos en el corto plazo: el lanzamiento de Nueve en vinilo -un verdadero desafío, ya que no fue fácil reordenar los temas para repartirlos en las dos caras del disco-, una gira por varias ciudades europeas y un show en Obras el 1 de noviembre. Esa batería de obligaciones no le impide tomarse un rato para conversar sobre su nuevo álbum y cómo es salir a escena en el Teatro Ópera.
– En los recitales creas un poco la imagen de un soberano, ¿cómo se siente hacerlo en un musical para toda la familia?
– Durante un tiempo la coreógrafa me paseaba por el escenario, ahora tengo que hacerlo solo y estoy empezando a disfrutarlo. El rock, en cambio, es más libre. Como performer, hago un poco de un tirano en los shows y hasta grito que “soy la reina de marte”. Incluso me divierte hacer encuestas porque me gusta hablar con mis súbditos (risas). Diría que en Massacre soy un rey bueno y en “El Principito”, un enfermo de poder.
– Viniendo de otro palo, ¿fue fácil integrarte al elenco?
– Después de haberme visto en vivo, ellos tenían miedo de contratar a un rockero. Hasta me confesaron que les asustaba que yo fuera un asqueroso, un loco o que tuviera muchos caprichos y me la pasara pidiendo cosas. Ya se dieron cuenta de que no es así, y es increíble. La pasamos muy bien.
– Uno de los atractivos de las canciones de Massacre es que componés personajes, armás diálogos, recitás…
– Si no estamos en la tradición del rock nacional, que viene un poco de los boogie-woogie. En nosotros, hay una cosa más narrativa. Las inspiraciones son las referencias que tomé a lo largo de mi vida: libros, películas y conocer gente. Por ejemplo, de prestarle atención a una discusión de una pareja, salieron temas como “Divorcio”.
– Y en el caso de El Rey, ¿cómo fue el proceso?
– Es distinto porque me convocaron y me dijeron todo lo que tenía que hacer. Lo que puse de mi parte surgió en los ensayos y fue espontáneo, como un guiño a la actualidad que hace estallar al público y otras cositas…
– Hay algo de El Principito a lo largo de tu obra, vos solés describir los vicios de la adultez
– Tal cual, yo creo que compongo a través de los ojos de El Principito. Tengo esa crítica a la sociedad adulta, occidental, capitalista, cristiana y mercantilista. Entonces, sí… escribo desde ese lugar del niño que apunta contra la generación de sus padres, voy contra lo absurdo de la vida adulta.
– ¿Te acordás de cómo veías a los adultos cuando eras chico?
– Ahora pienso que debería haber escuchado más a mi abuela. Eso es algo que cuando era anarcopunk no hacía. Como mi vieja estaba muy ocupada, mi abuela fue la que me crio y me conectó con todo lo lúdico. Ahora rescato un montón de cosas. Fue la que me enseñó sobre cultura, me llevaba el Teatro San Martín y al cine Los Ángeles.
– Y después de tu abuela, lo que te termina de formar es la escena de los 80.
– Sí, cuando descubro el skate. Eso es lo que me muestra el rock, las primeras bandas que me forman.
– Varias veces dijiste que el punk te salvó. ¿De qué?
– Me salvó de haberme quedado en un departamento con una familia que estaba en decadencia, ya habían muerto los hombres, estábamos todos separados. La escena cultural de esos años me sacó de ahí.
– Baglietto, que hoy es tu compañero, estaba en las antípodas de esa escena.
– Sí, era como del bando enemigo. Nosotros empezamos a ser punks y new wave, teníamos que derrocar a los reyes previos como había pasado en Inglaterra cuando bajaron a los popes de Génesis y Yes. Acá nuestros “anti referentes” eran Serú Girán, los hippies como Nitro Mestre, Baglietto… (risas).
– Sin embargo, hoy es un tipo que te emociona. Lo noté en el aplauso final de la obra.
– Lo que canta es una cosa hermosa. Y sí, además me emociona pensar que cuando yo era chiquito se escuchaban permanente sus canciones y de repente estoy al lado de él… Cuando pasa detrás de bambalinas, yo le grito “campeón”. Baglietto es un campeón.
Pandemia y un tour con Adrián Dárgelos: así se gestó la novena maravilla
Walas se muestra muy orgulloso del nuevo disco de Massacre. Se trató de un proceso tortuoso que llevó mucho más tiempo de lo que imaginaba –Biblia Ovni, el anterior lanzamiento de estudio había sido en 2016-, pero que terminó siendo satisfactorio. El álbum se encuadra en la psicodelia alternativa y funciona como una celebración de su discografía, pero eso no les impide evolucionar. Incluso, varios medios sostienen que se trata de uno de los mejores álbumes del año.
– ¿Cómo fue el proceso creativo de Nueve?
– Hubo un montón de ideas previas, aparecieron bocetos y fuimos descartando para que quede lo mejor. Podría haber sido un disco doble con 20 canciones, pero fuimos eligiendo hasta dejar la pieza justa. Me dolió dejar afuera a algunos temas que ya tenían letra, que ya les había encontrado la esencia.
– Eso es lo que más difícil, ¿no?
– Uno tiene que preguntarse de qué va a hablar y lo más difícil es poner el punto final. ¡Y lo que nos costó ponerle punto final a este disco! Lo grabamos durante años y nos costó muchísimo decidir que estaba listo.
– La pandemia también fue un freno, me imagino
– Nos frenó la posibilidad de vernos y tuvimos que vincularnos a través de la tecnología. Mis cosas eran muy vintage, otros tenían cosas más avanzadas. Estaba en el estudio que tengo en mi casa y me ponía a buscar cómo hacer que todo suene como quería. Así que me ponía a inventar, hice cosas como grabar con dos celulares…
– ¿No sentías en esa época que se perdía un poco el sentido del tiempo?
– Fue todo muy anacrónico. Una madrugada estaban todas las ventanas cerradas y Tori -su pareja y mánager de Massacre- abre la puerta para decirme que estaba tocando la viola a todo volumen. Yo ni me daba cuenta de que tenía al mango el equipo de 100 watts. Estaba metido en el sonido, en trance total.
– Ese proceso te ayudó a lidiar con la pandemia.
– Sí, y lo veo reflejado en las letras. Se puede percibir en “Insomnio”, pero, por ejemplo, en “Ella va”, cuando digo “Dios quiera que pueda cruzar”, estoy hablando de la pandemia. Además, hay registros de cosas que me pasaron en los últimos años, cómo salir a comprar discos por Las Vegas con Adrián Dárgelos – a quien en “La cita” describe como “un niño terrible”-.
– Aunque Massacre se aleja de lo más tradicional de la escena, el disco celebra un poco el rock nacional con las colaboraciones de Gustavo Santaolalla, Santiago Motorizado, Vicentico, Goyo Degano, Gillespi…
– Sí, hay un invitado de cada década. Aunque Santiago es actual, yo siento que pertenece al indie de los 90. Me parece muy valioso como El Mató a un Policía Motorizado se ganó un lugar en una escena que no es la misma que la de hace 10 o 15 años atrás. Es el rock pospandemia y pos me too…
– Un filtro que no todos pasan
– Sí, y se cayeron muchas cosas sacras… Entre el me too y Capusotto, el rock quedó desacralizado. Lo que veíamos como sagrado, ahora es risible. No sé si es algo bueno o malo. A mí me gustaría que haya cosas sagradas en el rock y no reírme por culpa de él, que lo amo. Yo todavía tengo mis “bowies”.
– Hablando de cómo cambió el rock, ¿crees que dejó de ser antisistema?
– Hay una cosa más espiritual y menos social. Las bandas no quieren ser rebeldes, están en la búsqueda de respuestas. Antes teníamos la herencia de los 70, que te llevaba a pensar en que las cosas se iban a destruir con bombas, pero estos chicos tienen otras herramientas como internet para hacer la revolución. Lo que se combaten son las angustias, los pánicos, los rivotriles.
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